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La leyenda de san jorge y el dragón

Legenda aurea:
El tribuno Jorge, del linaje de los capadocios, 

en cierta ocasión llegó a la provincia de Libia, a una ciudad llamada Silena. Al lado de esta ciudad había un estanque parecido a un mar, en el que se ocultaba un dragón pestilente, que a menudo ponía en fuga al pueblo armado contra él y, acercándose a los muros de la ciudad, con su aliento los destruía a todos. Obligados por esta situación, los ciudadanos le entregaban dos ovejas cada día para calmar su furor; de otra manera, traspasaba los muros de la ciudad y corrompía el aire de tal manera que morían a miles.
Cuando, por tanto, ya casi faltaban ovejas, máxime no pudiendo tenerlas en abundancia, se proclamó una ordenanza según la cual tributarían una oveja con el añadido de un hombre. Cuando, pues, eran entregados a suertes los hijos e hijas de todos los hombres y la suerte no exceptuaba a nadie, y cuando ya casi todos los hijos e hijas habían sido tragados, en cierta ocasión, la única hija del rey fue elegida al azar y adjudicada al dragón. Entonces el rey, entristecido, dijo: «Tomad oro y plata y la mitad de mi reino y perdonadme la hija, para que no muera de tal manera». A lo que el pueblo respondió con furor: «¡Tú, rey, hiciste este edicto y ahora todos nuestros hijos están muertos y tú quieres salvar a tu hija! Y si no cumples con tu hija lo que ordenaste a los demás, te prenderemos fuego a ti y a tu casa». Viendo esto, el rey comenzó a llorar por su hija, diciendo: «Ay de mí, hija mía dulcísima, ¿qué haré contigo? ¿O qué diré? ¿Cuándo, además, veré tus bodas?». Y, girándose hacia el pueblo, dijo: «Ruego que me deis un tiempo de ocho días para llorar por mi hija». Habiendo admitido esto el pueblo, al cabo de los ocho días este volvió, diciendo con furor: «¿Por qué arruinar tu pueblo a causa de tu hija? ¡Mira cómo todos morimos por el aliento del dragón!». Entonces, el rey, viendo que no podía liberar a la hija, se vistió con ropas regias y, abrazándola, le dijo entre lágrimas: «Ay de mí, hija mía dulcísima, creía que nutrirías hijos en tu regazo real, y ahora te vas para ser devorada por el dragón. Ay de mí, hija mía dulcísima, esperaba invitar a los príncipes a tus bodas, adornar el palacio con perlas, oír timbales y órganos; y ahora te vas para que ser devorada por el dragón». Y dándole un beso la despidió, diciendo: «Ojalá, hija mía, me hubiera muerto antes que perderte así». Entonces ella se echó a los pies del padre pidiendo su bendición. Cuando el padre la bendijo entre lágrimas, fue hacia el lago.

Cuando San Jorge, que casualmente pasaba por allí, la vio llorando, le preguntó qué le pasaba. Y ella: «Buen joven, sube deprisa al caballo y huye, no mueras conmigo de la misma manera». A lo que contestó Jorge: «No temas, hija; mejor dime por qué estás aquí de pie con todo el populacho mirando». Y ella: «¡Como veo, buen joven, eres de un corazón magnífico, pero no deseas morir conmigo! Huye velozmente». A esta, Jorge: «De aquí yo no me iré hasta que no me cuentes qué te pasa». Como, en consecuencia, le expuso todo, Jorge dijo: «Hija, no temas, porque en el nombre de Cristo te ayudaré». Y ella: «Buen soldado, apresúrate a salvarte a ti mismo, no mueras conmigo; basta si muero yo sola, ya que no me podrías liberar y morirías tú conmigo». Mientras hablaban, he aquí que el dragón se acercaba, asomando la cabeza desde el lago. Entonces la joven, temblando de miedo, le dijo: «Huye, buen señor, huye de prisa». Entonces Jorge, subiéndose al caballo y protegiéndose con la señal de la Cruz, cargó audazmente contra el dragón, que venía de frente; y blandiendo fuertemente la lanza y encomendándose a Dios, lo hirió gravemente y lo tumbó en el suelo, y dijo a la joven: «Lanza tu cinto al cuello del dragón sin dudar, hija».
San Jorge y el dragón, pintado en 1504 por Rafael

Ella así lo hizo, y el dragón la siguió como si fuera un perrito mansísimo. Entonces, cuando lo condujo a la ciudad, los habitantes, viéndolo, empezaron a huir por las montañas y las colinas diciendo: «Ay de nosotros, que ahora moriremos todos!». Entonces San Jorge les hizo un gesto con la cabeza, diciendo: «No tengáis miedo, ya que el Señor me ha enviado a vosotros para esto, para liberaros de los castigos del dragón. Sencillamente, creed en Cristo y bautizaos cada uno de vosotros y mataré a este dragón». Entonces el rey y todos los habitantes fueron bautizados, y San Jorge, desenvainada la espada, mató al dragón y ordenó que fuera llevado fuera de la ciudad. Entonces cuatro pares de bueyes lo llevaron fuera, a un gran campo. Por un lado, fueron bautizaron ese día veinte mil, exceptuados los pequeños y las mujeres. Por otro, el rey construyó una iglesia de un tamaño admirable en honor de Santa María y San Jorge. De su altar mana una fuente constante, y beber de esta fuente cura a todos los enfermos. Además, el rey ofreció un sinfín de dinero a San Jorge, quien, no queriendo recibirlo, mandó que se diera a los pobres. Entonces, Jorge instruyó al rey brevemente sobre los cuatro preceptos, es decir, que cuidara de las iglesias de Dios, que honrara a los sacerdotes, que escuchara con atención el oficio divino y que siempre se acordase de los pobres. Y así, después de darle un beso al rey, partió. Sin embargo, en algunos libros se lee que, mientras el dragón se acercaba a devorar a la joven, Jorge se protegió con la señal de la Cruz y, atacándolo, lo mató.
San Jorge, por Paolo Uccello


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